Budismo para la vida
“Tuve la oportunidad de ver la vida con otros ojos, con una mirada amplia y compasiva, de abrir mi corazón, aprendí a perdonar y a perdonarme, a comprender que las emociones vienen acompañadas de necesidades que tenemos que atender”
En 2011 fui diagnosticada con cáncer, linfoma de células del manto. ¿Qué es esto? Que las células por una mutación de cromosomas forman un manto alrededor y se enferman. De más está decir lo que le cambia a uno la vida, a una velocidad acelerada y en un estado de angustia, tuve que tomar decisiones de vital importancia: ¿Qué doctor consultar? ¿Qué tratamiento seguir? ¿Dónde buscar terapias alternativas? Mi vida, hasta ese momento, transcurría sin demasiados sobresaltos; un matrimonio feliz, un trabajo interesante que me gustaba y en el que me sentía útil y productiva; dos hijos universitarios que iban trazando su vida por buen camino; una madre que fomentaba la familia y el hogar; cuatro hermanos solidarios; buenos amigos y estabilidad económica. Es decir, una vida buena, una vida plena, una vida sin sufrimientos. Cuando surgió la enfermedad, comencé a buscar alternativas de tratamiento. Llegaron a mí, a través de familiares y amigos, varias opciones: dieta alimenticia contra el cáncer, homeopatía, medicina ayurvédica y china, terapia de imanes, de vitamina C, de petróleo y terapia cognitiva. Decidí intentar curarme sin ayuda de la medicina alópata, sin embargo, esto no fue posible porque cada día, el número de células enfermas crecía y tuve que darme quimioterapia. En este tiempo, una amiga muy querida, Ana, me habló de la meditación, coincidentemente, Kavindu estaba dando la meditación de recorrido del cuerpo. Asistí a ese curso y mi vida y mi mente cambiaron por completo. Hasta ese momento, yo estaba enfocada en tomar terapias y medicamentos que erradicaran el mal en mi cuerpo, en quitar lo que no estaba bien, en no aceptar lo que estaba ocurriendo.
A partir de que empecé a meditar, comencé a aceptar y no poner resistencia o reactividad a nada de lo que ocurriera, empecé a aceptar realmente la enfermedad y el dolor, acompañaba a mi cuerpo en cada una de las sensaciones, sin el propósito de quitar nada, sino de realmente reconocer lo que ocurría y abrazar el sufrimiento. Fue ahí cuando surgió en mi la determinación de que, si no lograba sanar mi cuerpo, lograría sanar mi mente del sufrimiento y elevar mi espíritu. Mientras las enfermeras metían por el catéter la quimioterapia, yo meditaba en mandar a mi cuerpo, luz dorada para que, junto con la medicina, se ocuparan de ayudar a las células a recuperar la sabiduría que habían perdido.
Durante este proceso aprendí que lo más importante en la vida, no es la salud, sino el amor de quienes te rodean y el que tú ofreces a los demás. El amor de quienes me aman, mi esposo, mis hijos, mis hermanos, mis amigos, me sostuvo viva. Tuve la oportunidad de ver la vida con otros ojos, con una mirada amplia y compasiva, de abrir mi corazón, aprendí a perdonar y a perdonarme, a comprender que las emociones vienen acompañadas de necesidades que tenemos que atender. Hubo muchos momentos de dolor, debilidad y temor, pero también los hubo de conexión, serenidad, paz interior y ecuanimidad. Aprendí a gestionar bienestar en la adversidad. En esta etapa de mi vida tuve la oportunidad de experimentar la visión completa, el habla apropiada, actuar en congruencia y vivir en conciencia plena. Algo más que desarrollé fue el agradecimiento. Agradecer cada gesto, cada palabra, cada amanecer, cada árbol, pájaro o flor, cada rayo de sol… Experimenté como nunca, la conexión de mi ser con el universo, la espaciosidad interior integrada con la espaciosidad exterior. Hoy me encuentro en otro momento, no estoy dada de alta, pero llevo 4 años en remisión sin medicamento. Tuve la oportunidad de regresar a mi trabajo a contribuir de manera especial con la educación pública, amo lo que hago y tengo una ocupación fundada en la ética y la conexión con los demás. En estos 4 años han pasado bellos y nuevos acontecimientos en mi vida, se casaron mis dos hijos y tengo 2 nietos. Viví para vivirlo. Que Pablo mi hijo haya elegido el camino de la meditación y las enseñanzas del budismo es un enorme regalo, es realmente tener la oportunidad de constatar en vida cómo trascendemos con nuestro ejemplo. Hoy soy mas que nunca consciente de la impermanencia, que la vida cambia en cualquier momento y que existe el sufrimiento, pero hoy también se que puedo abrazarlo. El reto que tengo es cultivar todo lo que aprendí en la vida activa que hoy tengo, rodeada de personas y con problemas cotidianos. No perder lo que he aprendido, experimentado y constatado, seguir profundizando en mi práctica y no alejarme del camino. Gracias querido maestro Kavindu por haber llegado a mi vida cuando más lo necesitaba, por acompañarme en los momentos más difíciles, por permitirme caminar a tu lado aprendiendo la mejor manera de ser y de vivir. Gracias por tus enseñanzas y por tu ejemplo de vida. Gracias, gracias, gracias.
Por: Maricarmen C.
Libre de cáncer