Miedo

“Sí, cáncer de mama izquierda avanzado, con diagnóstico desalentador. Esto sí da miedo, aquí lo toqué, supe qué era y cómo se sentía..”

Es difícil, muy difícil escribir a este sentimiento, emoción, sensación. No sé qué es. Sólo sé que no me gusta sentirlo.

Si hago un recuento de mi vida siempre he tenido distintos miedos. Desde niña mi miedo era qué sería de mis muñecas cuando el mundo se terminara; éste era otro miedo, que el mundo se terminara. Muy pequeña, tal vez de seis o siete años tenía ataques de ansiedad por este motivo. Más grande, me daba miedo ser un fracaso en la escuela, luego, encontrar un trabajo, después, no perder mi trabajo, cambiar de residencia, y así pasó el miedo por cada fase de la vida. Cuando nació mi hija, el miedo pasó de ser sobre mí a ser acerca de mi hija. Que nada le faltara, que todo le fuera bien, que estuviera bien. Algunos miedos no se materializaron, otros se presentaron de forma implacable y sin embargo, con más o menos tino, con más o menos inteligencia, se afrontaron y superaron. Pero nunca supe que esa sensación permanente de incomodidad cotidiana era miedo, sencillamente no me sentía feliz, más bien, siempre estaba enojada y triste.

Por supuesto, me daba miedo enfermar de forma grave, porque mi hija se quedaría sin su madre. Como muchas personas pensaba que a mí no me pasaría, que era demasiado fuerte, demasiado especial, demasiada toda, como para enfermar de cáncer ¡y de mama¡ Sólo pensarlo me llenaba de terror, por eso mi mente tranquilizaba el alma, el pensamiento y el cuerpo con la falacia que a mí  no me pasaría porque…no me pasaría. Otra falacia.

Sí, cáncer de mama izquierda avanzado, con diagnóstico desalentador. Esto sí da miedo, aquí lo toqué, supe qué era y cómo se sentía. Han pasado cuatro años viviendo con esta enfermedad, con el miedo en su máxima expresión: a los tratamientos (más duros que el propio cáncer), al dolor, a la vulnerabilidad en todas las dimensiones de la vida, a no ver a mi hija más, no disfrutar su sonrisa, ver su cabello, a no disfrutar de caminar, de comer, oler, mirar, escuchar, fracasar, apuntarse satisfacciones, viajar, pelear, platicar, acariciar, pensar, trabajar, ayudar, dejarse ayudar…a irme de este plano y no disfrutar más de todo lo que la vida da…porque no creo en la vida después de la muerte.

Miedo, quisiera que te fueras, quisiera no sentirte, quisiera sentirme libre, quisiera vivir la vida sin ti a mi lado, asechando todo el tiempo. Me haces sentir bloqueada, triste; que estoy perdiendo momentos increíbles porque no les doy la enorme dimensión y valor que tienen. Te he trabajado, estoy en eso, una parte de ti me ayuda a enfrentar esto y ser valiente, sacar fortaleza en las crisis, hasta haces pensarme sana, recordar qué se siente no tener límites; pero pensarte obliga el llanto involuntario, el enojo momentáneo, regresión a la trillada pregunta ¿por qué a mí? y después de un proceso de inevitable aprendizaje, la dolorosa respuesta ¿y por qué no? Tengo respuestas a la primera pregunta, pero ninguna a la segunda…por el contrario, encontrar las probables respuestas lleva a la aceptación de mí y mi circunstancia y de aquí, a una inexplicable y divina tranquilidad. 

Pero sigues ahí. Sé que puedo abordarte desde la ternura, pero no sé cómo. Miedo, sé que antes de irme te habré transformado en sabiduría, en ayuda a otras (os); mientras, te siento hasta el tuétano. 

Por: Azul

Cáncer de mama izquierdo

miriam arteaga